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9 abr 2012

Otra vez... ¡Auch!


"Cuando el motor viene fallado de arranque, ya no hay nada que hacer"… Alguna vez, no hace mucho tiempo, escuche esta frase en una novela argentina, una de mis favoritas, por cierto. Al inicio, no entendía lo que significaba pero poco a poco comencé a asimilar su verdadero contenido. ¿Cuál era?, ¿Cuál es ese?, el significado, quiero decir. Algo no anda bien.
Así pues comienza. A ella le pasan cosas, cosas que no pensaba sentir, cosas que la asustan, la inquietan, la confunden... A ella, que soy yo, yo y nadie más que yo.
Todo comenzó una tarde de octubre, un año atrás... Tan distraída y en mi mundo había  estado yo, que recién aquel día noté, por vez primera, su presencia . Era día de reuniones. En la universidad inauguraban una nueva sala, más bien dicho, un set de TV, por lo que alumnos de la facultad y, por supuesto, los responsables, acudieron al evento. Junto a mi amiga, yo estaba allí, mirando, molestando, riéndome de cuantas cosas decían. Mas unos minutos mas tarde sentí una mirada sobre mi... no se si hice bien hasta hoy, pero voltee. Un amigo mio me estaba saludando y a su lado estaba él. No entiendo que pasó, pero por primera vez sentí ese cosquilleo en la panza del cual he escuchado hablar siempre. Sin embargo, el timbre de mis clases había sonado, di media vuelta y me fui.
Pasaron así unos días. Yo había olvidado el momento aquel. No porque sintiera que era vago y sin importancia, más entendía que había activado algo en mí después que pasó, y no me atrevía a investigar. Además, mi mente aún era ocupada por un inquilino que rehusaba irse. Al pasar unos días, comenzaron conversaciones sobre él. Una compañera estaba llevando cursos con él y alabó su gran fluidez al exponer su tema en el curso de Periodismo de Investigación. De la nada, poco a poco, apareció más información sobre él, sin que fuese yo la que buscara. Otro amigo me contó que tras mi partida, él había preguntado por mí. Mi mente de niña soñadora, y mi corazón que había estado herido por casi un año, me llevaron a iniciar un sueño, más preciso sería decir una ilusión peligrosa, que dejé que me dañara. Expuesta, sin armadura y por voluntad propia. Así comenzó.
Por coincidencias de la vida o algún truco de un duende travieso y malvado, iniciaron a la vez, las miradas, los cruces por los pasillos, o la fotocopiadora, o hasta en la salida. Me cruzaba con él, que ya era muy extraño el no saludarnos. Fue entonces que nos presentaron. Confieso que aún luego de saber su nombre, cuando lo veía, sin amigos al rededor, no podía saludarlo. Así pasó un buen tiempo, hasta que de una manera extraña y artística el se enteró que yo gustaba de el. Como dicen, "Las imágenes -en este caso un dibujo- comunican más que las palabras". Desde ese día nuestro nivel de conversación se elevó. Un curso que decidimos adelantar en la facultad, nos unió más. Pasó de un simple "Hola." a tardes enteras de papeles, bolígrafos, cartas de póquer y café. Un tiempo más y era la ilusión hecha realidad. Ilusión peligrosa. Me río. Bueno, el incremento del porcentaje de diálogos no permitió, sin embargo, que entendiera a ese chico de mirada acaramelada y porte gallardo. ¡Ay! Habían esos días en los que me saludaba con una sonrisa coqueta, otros en los que colocaba un brazo alrededor de mis hombros nerviosos; días en los que nuestras manos jugaban a estar juntas en una misma sintonía que nuestros labios. Pero luego, ¡ah!, luego llegaban esos días en los que el bus era testigo de las pocas palabras que conmigo intercambiaba, o simplemente, de aquellos en los que me ignoraba por completo.
Y así cada día yo me confundía más. Más, más, mucho más. Ilusión peligrosa, pues no la descartaba. Ilusión terca, que dibujaba ficciones reales sólo en mi mente. No lo culpo a él. No me culpo a mi. Me dolió, creo que le dolió lo que le dije. No sé. No, en verdad. Si culpo, empero, que quisiera tenerme a su lado sólo por el placer de sentirse más valioso. Culpo sus caricias inconstantes que duraban el tiempo que se toma un parpadeo, Culpo su coquetería infinita entre cómics y libros al azar. Sabía desde el instante que lo vi, que abrir mi persiana a sus rayos de sol caído era una crueldad innecesaria. Lo hice. La abrí. Y lo dejé pasar. No me dolió solo la indiferencia de ciertos días grises. Claro, un gurú del amor me hubiera dicho: "Pero, habladlo con él. Seguro que luego de un dialogo tranquilo y honesto, volverá a tratarte como mereces". No me dolió que dijera de mi, frases irrepetibles; ¡Oh, ni mucho menos me dolió que haya sido la presa perfecta para una apuesta! No, es decir, ¿tendría que?
El motor vino fallado de arranque. El falso espejo que reflejaba un momento único no era más que una vieja pared sin color. Ilusión peligrosa. Me rio. Otra vez aprendo que la persiana ya no se abrirá, de ahora en adelante, en paraísos fraudulentos. Otra vez... dolió.

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